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por Yeyo » Mar Abr 11, 2006 10:16 pm
Con el término de nación ocurre exactamente lo mismo que con el de arte, como ya comentamos. Sólo que en este caso el significado ha variado aún más con el tiempo. En latín natio o cognatio hacía referencia a pueblos generalmente de tipo gentilicio, articulados en función de lazos de parentesco. El término fue evolucionando según cambiaba la misma sociedad, por lo que, aun conservándose, dependiendo del momento histórico hace referencia a un tipo de sociedad diferente. Es algo similar a “espada”, derivado del latín spatha, empleado para designar a armas de corte que fueron variando según lo hizo la tecnología de la época. Incluso en el siglo XIX y principios del XX, “nación” o “país” pueden ser empleados para designar a regiones o comarcas.
Efectivamente, tras la unión de Castilla y Aragón en 1479 y la incorporación de Navarra hacia el 1512, hubo una continuidad jurídico-administrativa heredada de los antiguos reinos medievales que era extremadamente compleja, incluso manteniendo durante algún tiempo distintas monedas y aduanas entre los tres reinos. Éstos a su vez contaban con distintas cortes y diputaciones (como las Generalitats catalana y valenciana), con la existencia de concejos, corregimientos, “provincias” de una composición muy variable y un régimen jurídico e incluso fiscal que dependía enormemente del territorio en el que te encontrabas. Aragón, Valencia, Baleares y Cataluña conservaron sus fueros provinciales, el conjunto de disposiciones jurídicas de origen consuetudinario que regulaban la administración territorial a escala provincial. La figura del Justicia Mayor de Aragón, mezcla de juez nobiliario y defensor de los fueros, existió hasta 1707. Los Reyes Católicos crearon en 1480 la Real Audiencia de Galicia que había carecido de representación en Cortes. Las Cortes y fueros de Navarra (1238 y 1300) subsistieron hasta la conversión del reino en provincia en 1841. Por su parte, los fueros de Vizcaya (recopilados en 1452 y revisados en 1526), de Guipúzcoa (primera elaboración en 1375, recopilación definitiva en 1696) y de Álava (origen en 1458) estuvieron en vigor hasta su abolición definitiva tras las Guerras Carlistas.
Esta situación, conocida como “Antiguo Régimen”, dio fin en 1833 (el mismo año del inicio de las Guerras Carlistas) cuando Javier de Burgos crea la división provincial actual, dentro de un régimen muy centralizado. En realidad, el proceso de centralización se había iniciado mucho antes, ya desde época de los Reyes Católicos. Este “centralismo” no se ha de entender con el sentido que muchas veces se emplea en la actualidad, sino el paso de un sistema feudal hacia un estado moderno y homogéneo. Es decir, que el paisano de turno ya no dependía tanto de su señor feudal, sino directamente de la corona y disfrutaba de un régimen legal que era igual para todos los ciudadanos.
En el caso de Asturias, País Vasco o Cantabria, por ejemplo, esta política de los Reyes Católicos trajo consigo el fin de las guerras banderizas, unas continuas luchas entre la baja nobleza que ensangrentaron el territorio. Aunque antes existieron otras, como las revueltas populares armadas en lugares como Santander o el valle cántabro de Toranzo, contra algunas familias de la baja nobleza con el objeto de seguir bajo el estatus de realengo, es decir, dependiendo directamente de la Corona. Digo esto para dejar claro algunos aspectos sobre el concepto del “centralismo”.
Pero todo esto no tiene nada que ver con los sentimientos de pertenencia a un determinado pueblo o de que éstos tuvieran un nexo cultural común y estuvieran vinculados dentro de una entidad superior.
Otro punto. El lema “Dios y Ley vieja”, no era el del carlismo. Su lema era “Dios, Patria y Rey”. El fuerismo vasco adaptó este lema como “Dios, Fueros, Patria y Rey” y más tarde, Sabino Arana, fundador del PNV y de movimiento nacionalista vasco, lo haría evolucionar hacia el Jaungoikoa eta Lagui-zarrak (“Dios y Leyes viejas”).
Efectivamente, el carlismo era un movimiento ultraconservador y el fuerismo vasco fue de todo menos secesionista. La redacción de los fueros de Vizcaya y Guipúzcoa a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII supuso un cambio bastante importante en la sociedad vasca, a todos los niveles. Este sistema legal se fundamentaba en dos supuestos “la hidalgura universal vascongada”, es decir, el linaje del pueblo vasco libre de moros y judíos, así como un supuesto pacto con Castilla, según el cual se establecía una alianza entre ambas provincias y dicho reino, cuyo origen se remontaría a la mítica batalla de Arrigorriaga.
Pero dicha batalla jamás existió. El color rojizo de las piedras de esa localidad no se debe a la sangre de los guerreros leoneses derramada tras una batalla ficticia, sino al óxido férrico. Tampoco existió Jaun Zuría, hijo de Form, princesa de Escocia, y de un demonio serpentiforme llamado Culebro, que sería el primer señor de Vizcaya según nos cuenta Lope García de Salazar en sus “Bienandanzas y Fortunas”. El origen de los fueros vascos es más mundano. A principios del siglo XI, en plenas disputas territoriales entre Castilla y Navarra, un señor navarro llamado Iñigo López Ezquerra que ejercía el gobierno de la actual Vizcaya se declara vasallo de Castilla, entregando el territorio a cambio del título de Conde de Vizcaya y el señorío jurisdiccional sobre ese territorio con carácter hereditario. Guipúzcoa y Álava se unirán a Castilla en 1200, tras el cerco de Alfonso VIII a Vitoria aprovechando que Sancho el Fuerte de Navarra se encontraba lejos de su reino. Gracias al apoyo de la aristocracia local, el rey castellano les otorga privilegios y franquicias.
Por supuesto, fueros había muchos y el rey castellano se comprometía a cumplirlos. Especialmente el vizcaíno: después de todo, a partir de Juan I, el mismo monarca era el señor de Vizcaya.
De todas formas, no hay que subestimar la gran implantación que tuvo el régimen foral dentro de la conservadora sociedad vasca, al contrario que pudo suceder en otros lugares, como el Maestrazgo. Es algo que resultaría muy extenso de explicar, pero lo cierto es que este régimen se encontraba profundamente vinculado a la estructura socioeconómica, política y cultural de dicha sociedad. La abolición de los fueros, junto con el vertiginoso desarrollo industrial vizcaino, con la llegada de una enorme masa de población trabajadora de otras zonas, la difusión de la ideología de izquierdas y la pérdida de gran parte de los valores conservadores, fue un duro shock. Para muchos sectores, la abolición foral aparentemente representaba el derrumbe de la sociedad tradicional vasca a todos los niveles: económico, social, cultural, religioso e ideológico.
Ya contestando a Urri, según el modelo ideológico nacionalista, España se trataría tan solo de un mero estado, surgido por distintas acontecimientos históricos casuales de tipo político-militar, que constituye tan solo una unidad administrativa impuesta artificialmente sobre una serie de pueblos, fundamentados éstos sobre una base cultural y lingüística. Es decir, que se establece una diferenciación entre nación y estado, lo que supuestamente daría cabida a la existencia de “naciones sin estado”. En el caso catalán y vasco, esta idea estaría reforzada por el hecho de que parte de su ámbito lingüístico se encuentra en territorio francés.
Con esto quiero decir que una ideología nacionalista no necesita ser la supuesta continuidad de un reino medieval para poder sustentarse. Aunque lo cierto es que normalmente es algo que se intenta, realizándose identificaciones que no se sostienen ni con alfileres.
Por otro lado, del mismo modo que la historiografía marxista interpreta todo hecho histórico según la “lucha de clases” (que existieron, pero no fueron el único motor de la historia), la historiografía nacionalista realiza una relectura del pasado donde la clave reside en el supuesto conflicto étnico entre un pueblo oprimido y una potencia opresora. Así, las sucesivas guerras civiles españolas serán conflictos vasco-españoles o catalano-españoles, o soriano-españoles, según el caso. Por supuesto, hechos históricos como la revuelta catalana de 1640 dan mucho más juego.
De ahí que, como dice Luís MIguel, la historia nacionalista sea eminentemente anónima, en la cual existe una supuesta voluntad popular, sin existir ningún protagonista definido. Excepto en los casos de personajes muy alejados en el tiempo, de los cuales la propia escased de datos hace que puedan ser convenientemente reinterpretados, es difícil que un personaje histórico real se ajuste a estos supuestos.
Por último, decir que personalmente me siento “un poco asturiano” porque he vivido varios años en Oviedo y porque me encuentro vinculado además a esa tierra por motivos personales. Por otro lado, respecto al primitivo reino de Asturias, también existe una aportación cántabra: tras la muerte de Fafila, hijo de Pelayo, es Alfonso, el hijo del duque de Cantabria Pedro quien hereda el trono, al haber desposado a Hermesinda, hija de Pelayo. De hecho, se supone que este matrimonio unificó ambos núcleos de resistencia norteña, aunque pronto el peso específico del reino se desplazó hacia Asturias (en el sentido moderno).
Lo único que quise decir, en definitiva, es que “aparcelar” determinados hechos, fenómenos o personajes históricos, convirtiéndolos en propiedad exclusiva de una sola región, no sólo en la mayoría de los casos no es ser fiel a la verdad, sino que además resulta totalmente contraproducente de cara a fomentar lo que ambos postulamos.
Respecto al aprendizaje de esgrima antigua... aprendo lento y gracias a mis viajes a Madrid y actuaciones varias de mi asociación de recreación histórica, en los que aprovecho todo el tiempo posible para que Thorhall me enseñe un poco, aunque sea por dónde agarrar una espada.
Saludos,