Mensaje
por Yeyo » Jue Dic 22, 2005 10:36 pm
Hummm... efectivamente este tema es muy interesante. Espero que no suene pretencioso si considero que mi experiencia y mis inclinaciones personales me permiten entender las dos posturas en el clásico debate, o tira-y-afloja, entre la expresividad artística y el rigor histórico. Aunque no soy ni cineasta ni historiador, tan solo un aficionado a ambas cosas.
De entrada, antes de nada habría que definir qué era lo real en una batalla de la Antigüedad y del Medievo. A grandes rasgos, creo que se puede decir que inicialmente siempre había un choque entre la infantería ligera o caballería de ambos ejércitos, que se encontraban adelantados. En este encuentro primaba el uso de proyectiles y armas arrojadizas, así como el combate en formación abierta. Tras él, normalmente chocaban las infanterías pesadas, dispuestas en línea. Evidentemente, como has dicho, pese a todo el valor y el coraje que toda batalla exigía, la actitud que primaba creo que era bastante conservadora, no arriesgando más que lo necesario, permaneciendo hombro con hombro con tus compañeros, buscando una oportunidad de herir a uno de tus adversarios sin arriesgar demasiado. Existía un continuo relevo de los hombres que combatían en primera línea, de forma que cuando éstos se cansaban, o eran heridos, retrocedían hacia retaguardia por el hueco o pasillo existente en la formación. Por tanto, que ésta tuviera la mayor profundidad posible contribuía notablemente a que resultara más firme. Pero también era importante que la línea poseyera la suficiente longitud en su frente, de capa a no ser rebasada por las alas.
En un momento dado, una de las líneas solía romperse, o se desmoralizaba o perdía cohesión o un extremo de la formación era rebasado y flanqueado por el enemigo, etc. Esto hacía que ese ejército comenzara a retirase en desbandada y en ese momento empezaba la auténtica carnicería, al presentar la espalda al enemigo y no poseer la más mínima organización. El ejército en retirada era masacrado por la infantería ligera y la caballería enemiga hasta el anochecer.
Evidentemente, se daban situaciones muy distintas a ésta, pero creo que éste era el “modelo tipo” de batalla y todo lo demás variaciones a lo anterior. Esto explica además por qué generalmente había esa enorme desproporción entre las bajas del bando vencedor con respecto al vencido. En realidad, la mayoría de los muertos no se correspondían con el momento del choque frontal, sino eran bajas producidas durante la desbandada. Es por ello que Tzun Tzú destaque la importancia de no cortar las posibles vías de retirada al enemigo: si éste ve una posible salida, se desbandará, mientras que si no ve una escapatoria, peleará hasta la muerte.
Cuando acudimos a las jornadas romanas de Villadose, en las proximidades de Venecia, pudimos reunirnos gente suficiente para experimentar con un cuadro de infantería. Éramos 48 legionarios (poco más de la mitad de una centuria), formando ocho tíos de frente por seis de fondo. Aunque la recreación fue bastante cuestionable, pues por ejemplo la distancia entre líneas no respetaba los seis pies que Polibio y Vegecio citan (marchábamos literalmente “culo con polla”), la cosa resultó interesante. La sensación más destacable del “combate”creo que fue la de expectación. Es decir, te encontrabas en quinta línea con el pilum en la mano, esperando la orden para avanzar, hasta que en un momento dado escuchabas un grito y un compañero que había estado en primera línea pasaba por el pasillo de tu izquierda y otro por el de tu derecha. Y ganabas un puesto. Poco a poco ibas avanzando, hasta que podías arrojar el pilum por encima del hombro de tus compañeros de delante. Tras ello, desenvainabas y, por último, una orden hacía que te encontraras frente a unos celtas berrenado como energúmenos.
Aunque esto no fue más que un paripé, creo que seguramente la sensación más destacable de un legionario en una batalla era de expectación, nervios y deseos de entrar en combate. Tras conseguirlo, imperaba el caos, hasta que, de nuevo, te encontrabas en la situación de “stand by”.
Más tarde hicimos una simulación de batalla: legionarios itálicos contra hispanorromanos y celtas. Los italianos usaban rudis, espadas de madera, y nos arrojaban unos palos con el extremo vendado y acolchado que hacían las veces de pila. Nosotros no pudimos echar mano a nuestros gladius. Y los hijoputas tiraban a dar: al escudo, pero fuerte. Rafel acabó mosqueándose y, aprovechando su corpulencia, cargó como un jabalí hasta entrar en su tercera línea. Entonces se encontró literalmente rodeado de legionarios con cara de muy mala leche. Hice una carga con el escudo y con mi mano libre tiré de él hacia atrás para sacarle del marrón.
Para mí esta experiencia fue bastante ilustrativa, aunque obviamente no llega a recrear ni la cuarta parte de lo que debía de ser una situación real de combate en batalla. Obviamente, como has dicho, la gente combatía de forma conservadora. Procuraban mantener una formación, sin cargar a lo loco, pues de lo contrario te encontrabas vendido. Y, ante todo, se intentaba mantener un orden.
Está claro que esas batallas en las que los de la quinta línea no entran en combate hasta que han muerto todos sus compañeros de delante resultan absurdas. Efectivamente, un ejército estaba formado por seres humanos, no por muñegotes informáticos como en el “Civilización”. Si realmente se diera esta circunstancia, ¿qué es lo que se le pasaría por la cabeza al que combate en primera línea?.
Ahora bien, si comparamos todo esto con lo que muestran las películas, ¿qué es lo que sucede?.
De entrada, creo que se parte de un error de concepto. Y ese error se encuentra muy extendido, no solo entre los cineastas. Y es el de concebir una batalla como la suma de una multitud de combates individuales. Esto hace que se de esa absoluta inexistencia de orden y se den situaciones ridículas, como cientos de tipos que combaten con su pareja dando la espalda a sus enemigos, sin que existe un “eje de batalla”. Si se diera esa circunstancia en una batalla real, creo que las tres cuartas partes morirían acuchillados por la espalda. No es de extrañar entonces que en las películas se mezcle armamento civil con el militar, que aparezcan soldados del siglo XVII combatiendo con ropera, etc.
Tampoco se daba esa circunstancia que se muestra en Braveheart en la batalla de Stirling (o, mejor dicho, “la batalla del puente de Stirling”), donde los ingleses combaten hasta el último hombre. Ni tampoco se usaban esas interminables carreras que harían que se entrase al cuerpo a cuerpo con la lengua fuera.
Creo que la tendencia actual en el cine histórico es tratar de destacar el CAOS que supuestamente era una batalla medieval. No sólo lo digo por cuestiones llamémoslas tácticas o esgrimísticas, sino por otras puramente técnicas: Movimientos de cámara bruscos, planos excesivamente cortos, tanto de duración como en su “valor del plano” (es decir, muy próximos), aceleración de la velocidad de la imagen, etc.
Me parece que estéticamente el desencadenante fue “Salvar al Soldado Ryan”, una película con una media hora inicial extraordinaria, técnicamente hablando, aunque ya se habían dado ciertos antecedentes, como la propia Braveheart. Lo que ocurre es que la técnica de Spilberg en esa película fue extremadamente acertada: tomas a ras de suelo, fotografía con los colores muy deslavados, movimientos rápidos de cámara... todo ello destinado a simular la estética del “reportero de guerra”. Es decir, que son tomas similares a las que haría un cámara si realmente se encontrase bajo fuego enemigo.
Pero eso no significa que esa misma técnica, o sus variaciones, sea adecuado para las medievales o antiguas. Y el resultado de utilizar un teleobjetivo y, al mismo tiempo, realizar movimientos bruscos con la cámara, buscando “la imagen” en mitad de un caos, creo que se ha impuesto en películas como Gladiator o Alejandro Magno
Lo que ocurre es que aplicar este modelo estético resulta en cierto sentido anacrónico. Una estética que puede hacer magistral a una película de la 2ª Guerra Mundial no tiene por qué ser adecuada para otra de la antigüedad. El mismo tipo de montaje que resulta excelente para mostrar el caos de un partido de fútbol americano en “Un domingo cualquiera” de Oliver Stone no tiene por qué ser tan apropiado para su Alejandro. Aunque Stone no haga uso y abuso de ella tanto como Ridley Scott en Gladiator o El Reino de los Cielos.
En todo caso, el meollo del asunto es que creo que está muy claro que se pretende crear una sensación de caos, aun cuando dicha sensación se genere de forma artificial, ya sea debido a cuestiones técnicas (montaje, fotografía...) como falseando más o menos deliberadamente lo que era realmente una batalla.
Bueno, ya me he enrollado demasiado. Por cierto, dime que te pareció lo que te envié.
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Yeyo el Sab Dic 24, 2005 12:17 pm, editado 1 vez en total.