Dice el docmunento:
¿Qué opinais? me suena a que lo que hacemos hoy día en realidad no dista tanto de esto. Por cierto, a las negras las conocemos muy íntimamente, a las blancas más de vista que de saludo, pero ¿alguien sabe a qué le llamaban espadas mulatas?(…) Se pusieron a ver un juego de esgrima que estaba en medio del concurso de la gente, que en estas ocasiones suele siempre en aquella provincia (Adamuz) preceder a las fiestas, a cuya esfera no había llegado la línea recta, ni el ángulo obtuso ni oblicuo: que todavía se platicaba el uñas arriba y el uñas abajote la destreza primitiva que nuestros primeros padres usaron; y acordándose de lo que dice el ingeniosísimo Quevedo en su Buscón, pensó parecer de risa, bien que se debe al insigne don Luís Pacheco de Narváez haber sacado de la obscura tiniebla de la vulgaridad a la luz de la verdad de este arte, y del caos de tantas opiniones las demostraciones matemáticas de esta verdad.
Había dejado en esta ocasión la espada negra un mozo de Montilla, bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que la fueron a tomar muy apriesa, la levantó primero que todos, admirando la resolución del forastero, que en el ademán les pareció castellano, y dando a su camarada la capa y la espada, como es costumbre, puso bizarramente las plantas en la palestra. En esto, el Maestro, con el montante, Barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando aplausos a la pendencia vellorí, pues se hacía con espadas mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para el otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la ropa; y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de Carranza, por el cuarto de círculo le dio al andaluz con la zapatilla un golpe en los pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás el reparo en revés, con un movimiento accidental dio tan grande tamborilada al contrario, que sonó como si la hubiera dado en la tumba de los Castillas. Alborotáronse algunos amigos y conocidos que había en el corro, y sobre el montante del señor Maestro le entraron tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofás, que con la zapatilla, como con agua bendita, se las quitó, y apelando a su espada y capa, y el otro a sus muletas, hicieron tanta riza en el montón agavillado que fue menester echarles un toro para ponerlos en paz: tan valiente montante en Sierra Morena que a dos o tres mandobles puso la plaza más despejada que pudieran la guarda tudesca y española (…)
Bueno, y lo comentamos. Un saludo cordial:
Manolo