Con motivo de la actividad que tenemos en el Archivo Histórico Nacional este fin de semana comparto este breve articulo sobre los juegos escrito por Dña. Eva Bernal Alonso, historiadora, alumna de la AEEA y organizadora de este encuentro, para contextualizar los que nosotros llevaremos a cabo.

Es corto y entretenido merece la pena leerlo, porque aclara muchas cosas. Los hombres del XVII eran mucho más parecidos a nosotros de lo que se suele creer. 

LOS JUEGOS DE ARMAS EN EL SIGLO DE ORO

Los juegos de armas (o juegos de esgrima) eran un entretenimiento muy típico del Siglo de Oro que poco o nada tenían que ver con los más caballerescos torneos y juegos de cañas. Eran por el contrario un entretenimiento más bien popular que no parece que estuviera reservado a determinadas clases sociales.

Solían sacarse a la calle en días de fiesta y estaban siempre a cargo de un maestro de armas que era el encargado de “defender el juego”, es decir, de arbitrarlo, hacer que se cumplieran las normas y determinar quien era el vencedor en cada asalto mandando que “se asentase” el perdedor. Los asistentes (tanto público como esgrimidores) contemplaban el juego en corro y  salían a contender los unos con los otros por turnos, siempre con protecciones y generalmente con las  armas negras que proporcionaba el propio maestro que defendía el juego. Así, si alguien quería participar en los mismos, salía al centro del círculo y cogía una de las dos espadas negras que el maestro había dejado en el centro del círculo y esperaba a que alguien quisiese tirar contra él. Generalmente estaba prohibido tirar con las armas propias porque el maestro debía cerciorarse de que las espadas empleadas en el juego no tuvieran filo y estuvieran debidamente abotonadas (en la punta se colocaba lo que se llamaba “la zapatilla”, es decir el forro de cuero con que se cubría el botón de hierro que tienen en la punta las espadas negras para que no puedan herir).

Los juegos de esgrima, que se mencionan ya en las ordenanzas de los maestros mayores de armas, fueron en origen un ejercicio de esgrima que utilizaban los maestros de armas como recuso didáctico. Eran por tanto, en origen, “entrenamientos” de los alumnos de las escuelas de esgrima, pero al popularizarse y al sacarse a las calles acabaron por convertirse en un entretenimiento público.

Por su origen como ejercicio didáctico hay que tener en cuenta que lo que primaba en los juegos no era unicamente el tocado, sino el ejercicio de la buena esgrima, el desarrollo del buen arte. Por tanto el maestro obligaba a asentarse a aquel que jugara mal el arma o lo hiciera de forma irresponsable o malintencionada. El maestro solía llevar  una vara o un montante con el que interrumpía el combate cuando consideraba que se estaba haciendo un mal juego, se tiraba con peligrosidad o existía malicia en alguno de los esgrimidores.

No debe confundirse tampoco con un torneo, porque si bien el esgrimidor apartado por el maestro estaba obligado a retirarse del juego, el ganador no tenía porqué continuar jugando si no quería, y no era raro que abandonara también el juego para dejar el sitio a una nueva pareja de contendientes.

En Madrid fueron muy numerosos y hay bastante documentación en la Sala de Alcaldes que pena muy duramente la celebración de estos juegos porque era muy habitual que fueran el origen de disputas, riñas y también de molestias a los vecinos.

Pese a estas prohibiciones  hubo ocasiones en que se convocaron juegos de armas “oficiales”. Son bastante conocidos los festejos de todo tipo que se celebraron en Madrid con motivo de la venida a la Corte del Príncipe de Gales en 1623 para tratar el casamiento de la infanta doña María. Fueron espectaculares los juegos de cañas, y las corridas de toros. Pero el rey también mandó organizar unos juegos de armas públicos en la Casa Real para agasajar al visitante y los maestros de armas de Madrid fueron obligados a acudir a los mismos, suponemos que para demostrarle al inglés la pericia de los españoles con la espada.

Se pueden encontrar algunas descripciones de este divertimento en autores como Vélez de Guevara que hace al protagonista de su “Diablo Cojuelo” participar en uno de ellos:

Había dejado en esta ocasión la espada negra un mozo de Montilla, bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que la fueron a tomar muy aprisa, don Cleofás la levantó primero que todos, admirando la resolución del forastero, que en el ademán les pareció castellano, y dando a su camarada la capa y la espada como es costumbre, puso bizarramente las plantas en la palestra. En esto, el Maestro, con el montante, barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando aplauso a la pendencia vellorí, pues se hacía con espadas mulatas; y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la ropa, y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de Carranza, por el cuarto círculo le dio al andaluz con la zapatilla un golpe de pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás el reparo en revés, con un movimiento accidental, dio tan grande tamborilada al contrario, que sonó como si la hubiera dado en la tumba de los Castillas. Alborotáronse algunos amigos y conocidos que había en el corro, y sobre el montante del señor Maestro le entraron tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofás, que con la zapatilla, como con agua bendita, se las quitó, y apelando a su espada y capa, y el Cojuelo a sus muletas, hicieron tanta riza en el montón agavillado, que fue menester echarles un toro para ponerlos en paz: tan valiente montante de Sierra Morena, que a dos o tres mandobles puso la plaza más despejada que pudieran la guarda tudesca y española […]

O también en “El condenado por desconfiado”, de Tirso de Molina, en donde se habla de unos juegos de armas con intención equívoca para hablar figuradamente a través de ellos de la vida licenciosa de la Corte:

Como has estado en Amberes,

no sabes que las mujeres

tienen su juego de esgrima

en la Corte, en cuyo estilo

la que menos sabe alcanza

diez tretas más que Carranza.

Hieren por el mismo filo,

juegan con espadas negras;

y, a dos idas y venidas,

si señalan las heridas

y con el juego te alegras,

aunque seas un peñasco,

la tía, de armas maestra,

ha de cobrar, como diestra,

primero que toques casco.

Y, apenas dos tretas juega,

cuando, entrando en su socorro

--como hay tantas en el corro

al instante que otro llega--

sale el amante al encuentro,

que se arrima a la pared

y dice, "Vuesa merced

asiente, y entre otro dentro."

También Rojas Zorrilla en “Los tres blasones de España” los menciona:

¿Qué es un guardainfante?

Un enredo

para ajustar a las gordas;

un molde de engordar cuerpos;

es una plaza redonda,

adonde pueden los diestros

entrar a jugar las armas,

por lo grande y por lo externo;

es un encubre-preñados,

estorbo de los aprietos

arillo de las barrigas,

disfraz de los ornamentos

y es, en fin, el guarda-infante

un enjugador perpetuo,

que está secando la ropa

sobre el natural brasero.

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