Sunwolf escribió:Juana de Aizpuru, una de las mujeres más poderosas del mercado del arte en España, patrocina a la señorita Ana Laura Aláez, y entonces esta señorita hace arte porque Juana de Aizpuru lo dice. Aunque esta señorita lo que hace, otros lo tildaríamos con otros apodos mucho más sonoros y menos elogiosos, ejem ejem:
Eso es una consecuencia lógica de esa revolución conceptual del arte moderno. Si vamos al Guggenheim y nos encontramos un brick de Don Simón sobre una tarima, y se supone que es una obra de arte, y que vale una pasta, la primera pregunta lógica que se nos pasará por la cabeza es ¿qué diferencia existe entre ese brick y el que mi abuela compra todos los días en el Carrefour?.
La respuesta es que ahí ha habido la voluntad de un artista que ha decidido que eso sea arte. El arte, por tanto, es lo que el artista decide que es arte. Esa es la explicación del porqué Manzoni vendió sus heces enlatadas a precio de oro, como “mierda de artista”, o su “aliento de artista” o los “espacios energéticos” (un metro cúbico de aire), etc.
Pero la siguiente vuelta de tuerca es que, como el arte es lo que decide un artista, y los artistas son aquellos que los críticos y galeristas deciden, entonces, no es de extrañar que haya gente que afirme que ellos son realmente los que crean el arte.
Y, casualmente, quienes lo dicen son los críticos. Que además, normalmente suelen ser artistas fracasados.
Cuando el primer año de escuela un profesor te dice que Antonio López no es más que un artesano, ya empiezas a saber por donde van los tiros. Luego te dedicas a presentar dibujos realistas, que son admitidos con paternalismo. Tus notas son buenas, pero ahí falla algo. Un buen día llegas a clase con una conjuntivitis de caballo, que te ha impedido ponerte las lentillas, y te colocas en el fondo de una clase de treinta metros. El trabajo consiste en dibujar cada dos minutos a una mancha borrosa que te dicen que es una chica desnuda posando. Tratas de paliar tus cinco dioptrías, y utilizando una brocha de cinco centímetros de grosor haces lo que puedes con un bote de pintura blanca y otro de tinta negra. Cuando llevas media docena de dibujos, se acerca la profesora y se le ilumina la mirada. Con una sonrisa de satisfacción te dice: “Yeyo, vas mejorando mucho, aunque te sigues perdiendo en detalles”.
Entonces ves la luz.
Resulta triste bajar la basura en bata y zapatillas, para encontrarte a los compañeros de clase rebuscando en los contenedores, en busca de algo para presentar al examen de escultura del día siguiente. Cuando pienso en un artista, no puedo evitar imaginarme a un tío rebuscando en la basura.
El caso es que una obra de arte ha de estar justificada conceptualmente, de forma que tú primeramente lo que haces es concebir una idea y más tarde la plasmas. Pero lo que hace la peña es justamente lo contrario: busca lo primero que encuentra y luego se inventa la película. Al final, el fruto de todo esto es gente con mucha cultura e inventiva, mucha labia, pero poca capacidad de comunicar y emocionar.
El final de esta auténtica metamorfosis kafkiana es cuando tu pareja te pide por favor que la próxima vez que salgas de paseo con ella no te dediques a hurgar en los cubos de basura.
Y eso que yo me especialicé en artes aplicadas.
En todo caso, he de admitir que ese tipo de trabajos te hacen mejorar muchísimo, incluso en el dibujo realista. Acabas pillando soltura, le quitas el miedo al “síndrome del lienzo en blanco”, adquieres capacidad de síntesis... y te hacen pensar y reflexionar. Abstraer no es más que dejar de lado convencionalismos y centrarte en algo. Un impresionista, por ejemplo, deja de lado las forma y se centra en la luz y el color.
Lo que ocurre es que estilos como el expresionismo abstracto o el minimalismo son la excusa para que mucha gente con mucho morro presente lo primero que se le ocurre hacer con un bote de ketchup... y luego no faltarán 20 tíos que ahí verán a Dios y a la Virgen. Resulta gracioso exponer una pintura y escuchar los comentarios que la gente hace sobre ella sin saber que la has pintado tú. Es como un test Rochard: resulta que has querido expresar no se qué hostias, que si tienes influencias de un checoslovaco que no sabes ni quién es, etc.
Lo de la trasgresión, la provocación y el rupturismo molan. Recuerdo la colección de Barbies sadomaso que mi compañero de piso iba amasando sobre unas repisa que teníamos, junto con el “altar kitsch” del otro. Estaba junto a la célula de aislamiento sensorial que construimos con unos cartones que sacamos en un contenedor de basura y enmarcado por unas cortinas de terciopelo negro que nos encontramos tiradas por ahí. Cuando vino la dueña del piso, una ancianita de ochenta y muchos años, nos quería echar. Hasta mis amigos de Santander, cuando vinieron de visita, decían que les daba mal rollo.
Pero todo eso acaba aburriendo.