VIII
Duelo en Valladolid entre dos caballeros aragoneses
Fue notable un desafio que último de diciembre de este año de 1522 hubo entre dos caballeros principales en Valladolid, que por escribirlo Ponte Heuterio flamenco por digno de memoria, lo pondré aqui.
Dice, que un caballero flamenco que servia al emperador, y se halló al certamen ó duelo se lo había escrito en lengua francesa. Cuya historia y ceremonias quiso este autor poner en su libro, porque se vea la costumbre que en estos duelos habia entre los españoles: el lector con este cuento, descanse algo de los enfados pasados, y recree el ánimo.
Dos caballeros nobles naturales de Zaragoza, de tan poca edad que no pasaban de veinticinco años deudos por casamientos que hubo entre sus pasados, y entre sí ellos grandes amigos, y que familiarmente se trataban, en el juego de la pelota, hubieron palabras tan pesadas, que llegaron á romper malamente y se desafiaron para matarse el uno al otro.
Aplazaron el día y la hora señalando el lugar y las armas para la pelea sin que nadie los entendiese.
El uno se llamaba don Pedro de Torrellas, el otro don Gerónimo de Ansa.
Salieron fuera de la villa al campo que habían señalado con solas capas y espadas, y llegados al lugar echaron mano y comenzaron á acuchillarse sin que nadie los viese.
Grán rato anduvieron asi usando cada uno de lo que de la espada sabia para matar al y defender su vida sin poderse herir, porque ambos eran diestros.
O por desgracia ó por cansancio y flaqueza del brazo se le cayó la espada al Torrellas de la mano. Viéndose sin armas y que el contrario con ellas le venia á matar, dijo: «don Gerónimo, yo me doy por vencido y muerto por vuestras manos: lo que os pido es, que nadie sepa lo que aqui ha pasado, sino que con perpetuo silencio quede entre los dos secreto. Y sino, maladme aqui luego, que mas quiero morir que vivir con ignominia.» Juró á Dios don Gerónimo de Ansa que guardaría secreto y que hombre humano de su boca no lo sabría.
Con esto volviendo las espadas á las vainas se abrazaron como buenos amigos y volviéronse á la villa.
De alli á algunos dias fue pública esta pendencia y el suceso de ella, de manera que, no se hablaba en la corte de otra cosa. Reíanlo y mofaban algunos caballeros mozos. Quejóse Torrellas del Ansa que no le habia guardado la palabra, y Ansa negaba y juraba que de la boca no le habia salido, sino que un clérigo, cura de una aldea que habia salido al campa á ver su ganado, los vió reñir y oyó lo que entre ellos habia pasado, y este lo había contado y dicho á otros.
Procuró Torrellas saber del clérigo lo que habia visto y oido, y halló que no concertaba y desvariaba en lo que decía: y sabiendo que era muy amigo y apasionado del Ansa , no dio crédito á lo que dijo.
Insistió en cargar al Ansa, diciendo, que era un fementido y que habia faltado á la palabra que como noble debia guardar. Ansa se descargaba y decia que no era asi Y como ambos estuviesen en esto, finalmente se desafiaron para pelear.
IX
Pidieron campo al emperador. Dieron sus peticiones, suplicando que conforme á los fueros de Aragón y leyes antiguas de Castilla, S. M. les diese licencia para pelear y les señalase el campo y armas para ello. El emperador lo remitió al condestable de Castilla, porque á él como capitán del reino y justicia mayor en las cosas de armas le locaba esto.
Procuró el condestable apartarlos de esta contienda, mas nada bastó; y porque conforme á las leyes del reino no se les podía negar el campo, señalóles que fuese la pelea en la paza de Valladolid. Otros dicen que en un campo junto á San Pablo.
A 29 de diciembre de este año hicieron una estacada en la plaza de cincuenta pasos de largo y treinta y seis en ancho. Estaban las estacas espesas y trabadas cinco pies levantadas de la tierra. Y en otro orden de estacas que habían estaban seis. Entre estos dos órdenes ere estacas habia un espacio de diez y ocho pies, y en medio se hacia una plazuela como una era; y en ella estaban dos tabladillos uno en frente de otro, que cogían la plazuela en medio.
En uno de estos tablados ricamente adornado con paños de oro y seda se alzaba una muy rica silla y su alfombra de seda y oro, y sobre la silla un dosel de brocado. La una era para el emperador; la otra para el condestable. A los otros dos lados cómo en cruz, estaban dos tabladillos ó tronos uno en frente de otro, adornados, pero no tan ricos como los otros dos: estos eran para los parientes y amigos de los dos que habían de pelear.
A los lados de estos dos tronos ó tablados, estaban á cada uno una tienda, en la cual se habia de armar el caballero de la batalla. La plaza y campo de la pelea estaba muy bien empedrado y cubierto de arena para que no resbalasen.
Habíanles señalado la hora de las once para la pelea.
El primero que vino fue el emperador y se puso en su trono. Diéronle en la mano una vara de oro, para que cuando S. M. quisiese que se acábase la peleada arrojase en la plaza. Iban delante del emperador los caballeros de su casa y grandes de la corte y embajadores de príncipes con todos los de su guarda. Detrás iban los trompetas, añafiles y atambores de guerra. De alli á poco vino el condestable, cuyas canas autorizaban mucho su persona, porque era ya de mas de sesenta años si bien de entera salud y brio y de tan buen talle que mostraba bien quien era. Traia vestida una ropa larga de tela de oro sobre un hermoso caballo español ricamente enjaezado. Acompañábanlo cuarenta caballeros nobles vestidos de la misma manera, a pie delante de su caballo. Seguíanle sus escribanos a caballo vestidos todos de panos negros de seda, y los caballos con cubiertas de sarga de color azul oscuro. Llevaban delante del condestable como de capitán general del reino y justicia mayor una espada metida en la vaina (porque estaba el rey presente). Luego seguía al que llevaba la espada, el heraldo ó rey de armas con la cota de armas vestida de la casa de los Velascos, que esto se tomó en España de las costumbres y usos antiguos de los romanos en semejantes desafios y empresas de armas.
Como llegó el condestable á la plaza, en llegando al trono donde el emperador estaba le hizo una gran reverencia, y echa, se volvió al trono ó sitial que para él estaba aparejado, y sentóse en la silla. La guarda toda del emperador de á pie y de á caballo cercaron la empalizada sin dejar llegar á alguno.
Luego salió don Pedro de Torrellas el desafiador acompañado de su rey de armas. Era su padrino el almirante de Castilla. Acompañábanle el duquede Bejar, el duque de Alburquerque y otros muchos varones ilustres. Iba vestido corto de oro y seda forrado en martas. Llevaban, delante de él una hacha do armas con un estoque y rodela en que iban pintadas sus armas y las demás armas con que habia de pelear. Traia fijada eu la rodela el cartel en que estaban escritas las condiciones del duelo. Púsose ante el emperador, y hecha la reverencia volvió, á donde estaba el condestable é hízole su acatamiento y con esto se fue á su tienda.
Luego entró en la plaza Gerónimo de Ansa el desafiado por Torrellas, vestido de la misma manera, sino que el forro de los vestidos era de armiños. Acompañábanle su heraldo ó rey de armas. Llevó por padrino al marqués dé Brandemburg. Acompañábanle el duque de Najera, el duque de Alba , el conde de Benavente, el marqués de Aguilar y oíros muchos grandes caballeros. Llevaban delante las armas é insignias de su casa como dije de Torrellas. Hecha la reverencia al emperador y el acatamiento al condestable, se fue á su tienda.
Trajeron luego las armas y escudos ó insignias militares con que habian de pelear, y colgáronlas ante el condestable. Luego llamó el condestable á los dos caballeros combatientes, y teniendo un sacerdote el misal en las manos , juraron sobre él á Dios y á las Santos Evangelios y en la que tocaron, que entraban en aquella pelea por la defensa de su honra, y que era justa la causa que les movia y no otra cosa, y que no harían mala guerra peleando con fraude, ni se aprovecharían de hechizos, ni otra mala arte, ni de yerbas ni de piedras, sino que pelearían lisa y llanamente con aquellas armas, aprovechándose de sus fuerzas y destreza de sus cuerpos, esperando el favor de Dios, de San Jorge y de Santa María en quien confiaban que habian de mirar por su justicia.
Luego cada uno de los padrinos trajo en una arca cerrada las armas ante el condestable.
El condestable las miró y mandó pesar, asi las espadas y hachas de armas, como los arneses y celadas que se habian de poner. Luego las mandó poner en un peso porque no habian de pesar las unas mas que las otras ni podian tener menos de sesenta libras las armas de entrambos.
Hecho esto, llevaron á cada caballero sus armas.
Luego fue a cada una de las partes un caballero á ver como cada cual se armaba, porque estuviese cada uno seguro que no se ponia mas de las que el juez había dado. El caballero que iba á requerir y mirar las armas, era del bando contrario.
Hecho esto, bajó el condestable de su silla á la plaza, y con mucha autoridad mandó poner en orden todas las cosas. Luego acompañado con doce caballeros se puso en un ángulo de la plaza frontero de donde él estaba. En cada uno de los otros dos ángulos puso cada tres caballeros.
Luego tocaron las trompetas, y el pregonero mayor del emperador, puesto en cada uno de los cantones de la plaza, pregonó diciendo: «Manda el rey, y su condestable, que mientras aquellos caballeros pelearen, ninguno, so pena de la vida, levante ruido, ni dé ánimo á los contendientes con palabra, ó voz ni movimiento, ni silbo, ni señal con la cabeza, ó mano, ó con algún semblante del cuerpo, ó en otra cualquier manera ayude ó espante, anime, desanime, distraiga, encienda en cólera, ó le haga tomar ó dejar las armas salvo aquellos que para esto son señalados.»
Dados los pregones, salió Torrellas de su tienda armado de todas armas, y acompañado de su padrino. Traia en la mano una hacha de armas antiguas, y á su lado ceñida la espada. Preguntóle el condestable: «¿Quién sois, caballero, y por qué causa habeis entrado armado en esta plaza?»
Respondió quien era y dijo la causa de su condienda, que queria determinar por armas.
Mandóle el condestable levantar la celada y descubrir el rostro; y conocido lo admitió.
Volvió á calar la celada, y mandóle poner en una parle de la plaza , donde los tres caballeros que estaban en guarda, le lomaron en medio. Luego fue el condeslable á la parte donde estaban los doce caballeros, y sentóse entre ellos.
Salió don Gerónimo de Ansa de su tienda, de la, manera que su contrario, armado, y acompañado; y fue donde estaba el condestable; quien lo recibió , y usó con él de las mismas ceremonias que habian hecho con Torrellas; mandándole poner en la otra parle de la plaza, frontero de su contrario entre los otros tres caballeros, qué allí estaban.
Luego se fue el condestable á su tablado, y sentóse en la silla.
De alli á poco volvió á sonar la trompeta, y los caballeros que habían de pelear, y los padrinos con ellos se hincaron de rodillas, e hicieron oración á Dios implorando su ayuda: y hecha los padrinos abrazaron cada uno á su caballero, dándole ánimo para que pelease como quien era; y despidiéndose de ellos se volvieron á las tiendas. Tocaron lá trompeta, que era ya la señal de la pelea, y el Torrellas empezó á caminar para su contrario animosamente. Arrancó también con buen semblante Ansa, si bien con paso mas sosegado. Como se juntaron a los primeros golpes hirió Torrellas á Ansa lan reciamente en la cabeza, que le hizo volver algo
atras aturdido. Volvió Ansa sobre sí y recudió sobre Torrellas con otros golpes semejantes.
Pelearon de esta manera animosamente un buen rato, y abrazándose, ó asiéndose el uno del otro se dieron amanteniente grandes golpes.
Quebradas las hachas comenzaron á luchar á brazo partido.
Viendo el emperador cuan buenos y valientes caballeros eran, y que era lástima que ambos, ó el uno muriese en batalla tan sin fruto, pareciéndole que los caballeros habian hecho su deber, volviendo por la reputación de su honra, arrojo la vara dorada, que en la mano tenia, en medio de la plaza, en señal dé que S. M. quería que cesase la pelea.
Al punto acudieron treinta caballeros que guardaban la plaza, y los apartaron, si bien con dificultad, porque el uno contra el otro estaban encarnizados, y con deseo de matarse; y comenzaron á dar voces, y porfiar, queriendo cada uno para sí la honra y la victoria.
El emperador determinó la causa , juzgando que ambos caballeros habian peleado muy bien, y satisfecho á su reputacion y honra, y que ninguno habia vencido al otro.
Con esto el condestable bajó á la plaza, y tomó con mucha reverencia la vara dorada que estaba en tierra, besándola y poniéndola sobre su cabeza, hincándose de rodillas ante el emperador, y besándole la mano le dio la vara.
Mandóle el emperador que hiciese á aquellos dos caballeros, y se lo mandase de su parte, diciéndoles que ambos habian peleado valerosamente, y hecho su deber como tales, y ansi los estimaba y tendria siempre por valientes y esforzados caballeros, y queria que de alli adelanto fuesen muy buenos y verdaderos amigos; que mejor era que sus fuerzas y armas las ejecutasen en enemigos de la fe , donde se ganaria tanta honra, y seria la pelea con mas seguridad de las conciencias.
Estuvieron tan duros los caballeros en no querer hacer lo que el emperador les mandaba, sino porfiar que habían de acabar la pelea, que enfadado el condestable los hecho de la plaza, saliendo cada uno por la puerta que habia entrado , y les puso grandes penas, si tomasen las armas el uno contra el otro.
El emperador enfadado de su dureza, y mal miramiento los puso en sendas fortalezas, donde estuvieron muchos dias presos, hasta que cansados de la prision se hicieron amigos, y dieron seguridad. Mas nunca lo fueron de corazón; y asi acabaron las vidas necia y apasionadamente, que son condiciones de los pundonores humanos.
de Sandoval, Prudencio: Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V, rey de España (Zaragoza, 1634). Primera parte (años 1500 al 1528), pags 566-570
Hay unas cuantas cosillas muy reveladoras: por ejemplo, que el combate es con arnés, que armas y armaduras debían de ser del mismo peso y que había un peso mínimo para ellas, que se combate con la celada calada, que ya tenían problemas con el doping (esas "yerbas" y "piedras"
