Ya me he enterado de lo de la Lobera de San Fernando por el comentario de Enrique de Leguina en su libro Espadas de Carlos V (Madrid, 1908).
Algunas de las espadas de la Real Armería merecen estudio, y sin citarlas todas, puesto que están detalladamente reseñadas en su Catalogo(18), vamos a apuntar breves indicaciones respecto de varias, que, por algún concepto, reúnen especiales circunstancias.
Una de ellas es la conocida con el nombre de Lobera.
El erudito escritor Mr. Buttín dice, respecto de ella, en su interesante folleto titulado La Cinquedea de la Collection de Mme. Golds, chmidt.-Bruselas, 1906.
Es necesario recordar que, Carlos V hacía montar con un puño de su época, la hoja de la Lobera de San Fernando, creyendo, equivocadamente, qua era la espada del Cid.
Para admitir la segunda de estas afirmaciones, no hay más dato que el de figurar en algún inventario del siglo XVI; pero ya hace tiempo que el estudio de varios escritores, y principalmente el de D. E. Mariátegui, comprobó, que si bien es exacto que existió en los Aledares de los Reyes de España una espada del Cid(19), hubo de desaparecer en desconocido tiempo, y no guarda, desgraciadamente, la Real Armería, joyas de tan inestimable valor.
Veamos ahora los fundamentos de la primera suposición, o sea la de que la espada de que se trata, marcada en el Catálogo de la Real Armería, G - 21, fuera la de San Fernando, opinión del conde viudo de Valencia de Don Juan, a nuestro parecer, poco justificada, a pesar de su reconocida competencia en la materia.
Es una espada de hoja plana y dos filos, que mide 0,854 milímetros de largo y 0,053 por la parte más ancha, disminuyendo, casi insensiblemente, hasta terminar en punta redonda. Por ambos lados, presenta una ancha estría, ligeramente hundida, y en ellas se ven grabados hechos a punta, que unos paleógrafos opinan son las letras del siglo XII al XIII, que dicen sí sino-non, y otros los califican de meros adornos.
El conde de Valencia de Don Juan cree que es una hoja del siglo XIII, pondera la rareza de las decoradas con grabados, y dice que esta es tan notable por su temple y conservación, que habría pocas que con ella rivalicen.
Admitiendo, pues; que la hoja sea del siglo XIII, aunque no nos parezca muy seguro, precisamente por los grabados y dorados que la adornan, y prescindiendo de la empuñadura, que no es la que, en un principio tuvo, lo cual resulta, evidente, aún para los menos expertos, comienzan los razonamientos consignados en el Catálogo de la Real Armería, de este modo: «La primera noticia de la espada se halla en el Inventario de los Reyes Católicos de 1503, descrita en los términos siguientes: «Otra espada que se dice lobera tiene una canal ancha por medio de cada parte: en la una parte unas letras que dicen no, no; tiene la cruz e el puño de plata blanca, con castillo e leones en el pomo de hierro».
Hace referencia después de las últimas disposiciones de Fernando III; quien dirigiéndose a su hijo menor, el infante D. Manuel le dijo: «Otrosi: pero non vos puedo dar heredad ninguna, mas dovos la mi espada Lobera, que es cosa de muy grand virtud et con que me fizo Dios a mi mucho bien».
Sigue copiando la Crónica de Alfonso el onceno: «Entonces el Rey envió decir a Don Joan, fijo del infante Don Manuel, con un caballero, que po que no pasaban él e los de la delantera el río. Et un escudero que decían Garci Jufre Tenoryo, fijo del Almirante que mataron los moros en la flota, et era vasallo del Rey et iba en la delantera, dixo a este Don Joan que la su espada lobera, que el dicía que era la virtud, que más debía hacer en aquel día».
El conde de Valencia entiende que, dada la directa e inmediata sucesión de padre a hijo y a nieto, como con los textos copiados se prueba, «poseedores todos y cada uno de ellos de un arma con denominación especial, y que siempre es la misma, hay sobrado motivo para dar por cierto no sin prueba mora, muy de tener en cuenta, que la Lobera de San Fernando es la misma Lobera que empuñó el infante don Manuel en la batalla del Salado, considerándola sin duda de gran virtud, como la consideró su abuelo, al donársela en la forma que dejamos dicho».
Añade el conde, que no ha encontrado, con posterioridad a la fecha de 1340, ningún documento que contenga la palabra lobera, a no ser en el referido Inventario de los Reyes Católicos, y para terminar su argumentación, busca la manera racional de interpretar el si-si-no-non, que reza la hoja según el parecer de Morales y Argote de Molina, con el cual se conforma, aplicando a la obscura inscripción, las palabras del cap. 54 del libro Nobleza y Lealtad, compuesto por los doce sabios del Consejo de D. Fernando III de Castilla: «Sennor, el to sí sea sí: e el tu non sea non, que muy gran virtud es al Príncipe, o a otro qualquier ome ser verdadero, a grand seguranza de sus vasallos, a de sus cosas». «Digno lema y propio, en verdad -afirma el conde- para grabarse en la espada de un Rey conquistador, cuyas virtudes le elevaron a los altares».
Y para terminar, advierte, en cuanto a la procedencia de la palabra lobera, que entre los caballeros que acompañaron a D. Jaime I de Aragón a la conquista de Valencia, en 1238, figuraba Guillen Lobera, de quien hace mención aquel Monarca en sus escritos, según las Trobes de Hosen Yaume Febrer.
Mucho han discurrido los aficionados a este linaje de investigaciones, acerca de si la lobera era una espada de caza, o se llevaba con el traje llamado loba, o se designaba así un género de espadas, de determinada forma, o era propio de una sola, a semejanza de lo que ocurría con algunas de paladines famosos en la historia de la Edad Media y en las fantasías de los libros de caballerías; pero de los textos citados por el conde de Valencia de Don Juan, sólo resulta que San Fernando, su hijo D. Manuel y su nieto D. Juan, tuvieron espada lobera, y si esta era el nombre de una clase especial de espadas, como ha habido otras, en distintas épocas, que han sido llamadas bastonas, roperas, flambergas, ginetas, papagorjas, sablas, etc.; nada de particular tiene que los tres príncipes poseyeran alguna de aquella especial forma.
No aclara suficientemente este interesante particular, el párrafo del inventario de los Reyes Católicos, pues si no deja de ser extraño que al reconvenir Tenorio al Infante D. Manuel por lo poco que hacía «la su espada lobera que él dicía que era de virtud», lo cual parece dudar aquel Caudillo, cosa singular siendo nada menos que procedente de San Fernando, es todavía más extraordinario que el susodicho Inventario de los Reyes Católicos nada diga de haberle pertenecido la espada en cuestión, cuando en todos los Inventarios de los Reyes, se indica el origen de las armas, siempre que proceden de personajes ilustres. Así nos hablan de espadas del Cid, Roldán, el Rey Católico, etc., cuyo valor histórico no podía, en manera alguna, compararse con las de San Fernando: reliquias que en aquellas épocas de profunda fe y arraigadas convicciones religiosas, habían de sobresalir entre todas, ocupando el lugar preferente. Los que formaron el Inventario de los Reyes Católicos, de 1503 es bien seguro que al citar la espada con que se dice lobera, tratándose de una de San Fernando lo habrían consignado claramente, del mismo modo que lo hicieron al describir otra, «la joyosa del belcortar», añadiendo: que fue de Roldán.
No es, tampoco, argumento de gran fuerza el de que el Conde de Valencia de Don Juan no haya hallado en documento alguno, después de 1340, la palabra lobera, a no ser en el referido Inventario de los Reyes Católicos, pues sin buscar más allá del siglo XVI, la encontramos en la Historia de Carlos V, por Sandoval, en su libro XXVIII. «De esta manera estuvo Carlos V con algunos caballeros que mandó le acompañasen, armado de su gola y corazas y cubierta una lobera».
Tampoco es muy atinada la aplicación de las palabras del libro Nobleza y Lealtad, pues ni el Inventario de 1503 reza más que no-non, ni ninguno de los que, hasta la fecha la hemos examinado despacio, hemos podido suponer que diga si-si.
Y en cuanto a que un caballero llamado Guillén Lobera, acompañase a D. Jaime el Conquistador, como Rodrigo Sánchez de Lobera sirvió a Alonso VIII y está enterrado en Santiago, no entendemos qué relación puede tener este apellido con la espada del Santo Rey conquistador de Sevilla.
Hay, por tanto, que reconocer, como dice un escritor extranjero(20), en un primoroso libro hace poco publicado, que no se sabe la razón de dar a una espada el nombre de lobera. Nosotros seguimos opinando que se aplicaba a una clase de espadas de especial construcción, y el inteligente D. José M. Florit, Conservador de la Real Armería, nos ha asegurado haber leído en las Cuentas de la Recámara del Príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, una partida pagada por el arreglo de unas espadas loberas.
Por cierto, que el conde de Valencia, en su natural y patriótico deseo de que la Armería Real resulte poseedora de espadas notables, ya que por el resultado de sus investigaciones se veía obligado a privarla de las del Cid, Pelayo, Roldán, etc., indica que también pudiera haber sido de San Fernando, la señalada G. 22, por tener la guarnición las armas de Castilla y León, por ser la hoja del siglo XIII y porque la Crónica de Alvar Garcia de Santa María, al narrar la ceremonia de entrega de la espada de San Fernando al infante Don Fernando, dice que la vaina de la espada estava en pedaços con muchas Piedras preciosas, y como la de esta ríquisima espada está cubierta con cinco placas de plata dorada, con lacerías de carácter árabe, deduce el conde de Valencia, que puede suponerse que provenga de alguno de los monarcas castellanos del siglo XIII, ya sea de Alfonso el Sabio, ya su padre San Fernando.
Que provenga de un monarca esta espléndida arma, es bien probable, pero que no fue de San Fernando, se prueba con los mismos textos que el ilustrado escritor aduce.
La cita de la Crónica del Rey Don Juan II, escrita por Alvar García de Santa María, guardada en la Biblioteca Colombina, no está completa. Tal vez la tomó el conde de alguno de los libros que antes que él la había publicado aunque nos lo indica(21); si hubiera tenido a la vista aquel interesantísimo Códice, leyendo el trozo entero, habría advertido que continúa de este modo: «tiró los brocales de la vayna uno a uno, hasta que los tiró todos quince y la vaina de la espada, antes llamada de Roldan, sólo tiene cinco».
Perdón por la exensión, pero no veía por dónde recortar; en todo caso parece que el nombre de "Lobera" parece ser más de una clase de arma que antes de este arma en concreto (aunque lo mismo podría decirse de la "Tizona" y todos la identificamos perfectamente como la espada del Cid).
Saludos.